A tan solo 150 metros de la Plaza 25 de Mayo, en el casco histórico de la ciudad, se erige un conjunto arquitectónico que ostenta el título de Monumento Histórico Nacional y cuya construcción se inició en el año 1670. Este lugar representa uno de los santuarios más emblemáticos de Santa Fe. En 1895, durante su última modificación, se le otorgó el apodo de "El Vaticano de Santa Fe" debido a que Juan Cingolani, el restaurador de la Capilla Sixtina, pintó diversas imágenes, vitrales y medallones en la iglesia.
El frente del edificio exhibe un estilo neoclásico italiano que destaca por la altura de su cúpula y las dos torres campanarios que lo rodean. En el atrio, se encuentra una imagen de Jesús Nazareno, así como vitrales que narran escenas de la vida de varios dominicos y de Santo Domingo de Guzmán. Además, se pueden admirar cuatro confesionarios tallados en madera de cedro.
El interior del templo cuenta con una nave de 75 metros de longitud, cubierta por una imponente bóveda y un crucero coronado por una cúpula que se alza sobre un tambor de generosas dimensiones.
En los claustros de este sitio histórico, funcionaron las primeras escuelas de la ciudad, bajo la supervisión de los hermanos Dominicos. Además, el convento sirvió como alojamiento al General Manuel Belgrano en 1810 durante su marcha hacia el Paraguay, siendo también el lugar donde conoció a Doña Gregoria Pérez de Denis, la primera patricia argentina.
El Convento ocupa el centro de la manzana, y su claustro principal fue reconstruido entre 1906 y 1912, destacándose por las galerías con arcos rebajados que delimitan las salas de uso comunitario y las celdas.